jueves, 3 de julio de 2008

Testimonio de Sarah Jerusalmi

Crecí en el barrio judío de Rodas, un lugar muy lindo y limpio, rodeado por unamuralla, con varias sinagogas. Eramos como una gran familia. La mía era grande: tenía cinco hermanos, de los cuales cuatro habían dejado Rodas antes de la guerra. Los tíos de mis padres tenían bancos. Ellos construyeron una escuela, la “Joseph Notrica”, que todavía existe. En general, antes de la llegada de los nazis había poco antisemitismo, aunque recuerdo que –a veces– los griegos nos tiraban piedras cuando íbamos a caminar fuera de la muralla, algún sábado. El antisemitismo llegó en 1939, un año antes que la guerra, y ya no nos permitieron asistir a las escuelas estatales. Decidimos reunirnos con mis hermanos en el Congo, pero fue demasiado tarde: no había más barcos. Tuve que comenzar a trabajar porque ellos ya no podían hacernos llegar dinero. El negocio de mi padre se resintió porque fue imposible importar productos y, además, no tenía buena salud. Sufrimos mucha hambre, y esto es algo que no puedo olvidar. Cuando teníamos pan, mi madre prefería dárselo a mi hermano Salvatore y no a mí porque era mujer. Pasamos un tiempo difícil, pero –a pesar de ello– mantuvimos el cashrut. Recuerdo que, en Pésaj, mi padre fue al pueblo para hacer la harina, y mi madre preparó con ella la matzá. Luego sucedió el “Pésaj negro”: un terrible bombardeo cuando la gente retornaba del templo. Murieron unas diez personas, y nosotros corrimos fuera de la muralla, así que cuando bombardearon, ni siquiera estábamos en nuestras casas.La primera vez que vi nazis en Rodas fue en 1943, antes de ser deportados.Nos aterrorizaban. Los italianos habían dicho que nos protegerían, pero cuandolos alemanes tomaron el poder de la isla, en julio de 1944, supimos que era elfin para nosotros, ya que no había posibilidad de salir de la misma. Un día se les pidió a los hombres que llevaran sus documentos de identidad, y los nazis los detuvieron. Mi hermano tenía tan sólo 16 años. Cuando mi madre fue a preguntar por qué los retenían, le dijeron que si quería estar con ellos, debía ir a casa y regresar con sus pertenencias. Fue así que tomamos nuestras joyas, algo de comida y ropa, y nos reunimos con los hombres. Fue sólo cuando estuvimos adentro que nos dimos cuenta que ése era nuestro fin, ya que nos confiscaron las joyas y comenzaron a golpear a la gente porque los que estaban adentro querían comunicarse con los de afuera. ¡Teníamos tanto miedo! Fue como una pesadilla. No nos permitían acercarnos a las ventanas para ver qué era lo que sucedía. Nada nos estaba permitido hacer. Fue terrible. Sólo nos dieron agua y café. Estuvimos allí alrededor de dos semanas. En el ínterin, el cónsul turco vino para llevarse a todos los ciudadanos de esa nacionalidad.Nos ubicaron en un pequeño barco abierto, sin cabinas y a cargo de tres alemanes. Nos dirigimos hacia el Pireo, en Grecia. Los alemanes se llevaron mis gafas. Detrás de nosotros estaba un hombre ciego, que comenzó a clamar por su hija Johanna. Vino entonces un nazi, y lo mató.Cuando llegamos al Pireo nos mantuvieron en bloque, bajo condiciones miserables. Como alimento sólo nos daban sopa, sin pan. Fue allí que muchosmiembros de nuestro grupo murieron. Una de las cosas que siempre recordaré es el viaje de Atenas a Auschwitz, en vagones de ganado. Nos trataron como animales, sin agua ni comida. Lo que sucedió en aquellos vagones estaba por debajo de cualquier nivel de dignidad humana. Ya podíamos sentir que íbamos hacia la muerte. Fue el hecho más terrible de mi vida. No podíamos respirar porque sólo teníamos una ventana pequeña. Debíamos estar acostados uno encima del otro, con mujeres, ancianos y niños llorando. Muchos murieron en esos vagones, y cuando llegábamos a las estaciones, los oficiales alemanes los arrojaban afuera, como si fueran sacos de basura. No tenían sentimiento de compasión alguno.En las estaciones, las puertas de los vagones eran abiertas un poco para permitir la entrada de aire fresco. Recibíamos algo de agua de vez en cuando, pero –por supuesto– era insuficiente para la cantidad de gente que había en los vagones. Algunas veces tomaban su propia orina. La poca comida que nos habíamos llevado de Rodas la usamos principalmente en el viaje hacia Atenas y allí mismo, donde tuvimos que esperar dos semanas el arribo del otro tren. Recuerdo haber masticado unos pocos porotos secos. A veces podíamos conseguir un pan para compartir entre todos los prisioneros (éramos unos cien por vagón). Cuando finalmente llegamos a Auschwitz, una noche después de un mes de haber partido de Rodas, nos hicieron poner en fila, separando a los hombres de las mujeres y los niños. Esta escena de la selección, con la separación de padres y niños, los gritos, los lamentos, el castigo a los ancianos, la brutalidad... nunca la olvidaré mientras viva.Todos los seleccionados para trabajar fuimos llevados a la sala de desinfeccióny duchas. Nunca más volvimos a ver a nuestros padres y madres. Nos dieronun jabón para lavarnos, afeitaron nuestra cabeza, se llevaron nuestras ropasy nos dieron –en cambio– unas viejas y zuecos, independientemente del tamaño. ¡A ellos qué les importaba! Me tocó una chaqueta corta, mientras que a alguien que era de baja estatura le tocaron pantalones muy largos.¡Y pensar que cuando llegamos creíamos que íbamos a comer una comida decente porque olimos carne asada! No teníamos idea de que ése era el olor de la cremación, como nos dijo después un SS riendo: “Es el olor de vuestros padres e hijos”.Esa fue la peor conmoción, lo más difícil de entender, lo más duro de creer,lo que anestesió nuestros sentimientos. Sin darnos comida, nos llevaron hacianuestro bloque, donde otras internas estaban durmiendo apretadas, peor que las sardinas en la lata. Nos impactó que los alemanes tuvieran la audacia de alojarnos junto con hombres, ya que todo lo que veíamos eran cabezas rapadas. Luego nos dimos cuenta de que ése era un bloque de mujeres y que, sin pelo, también parecíamos hombres.Entramos al bloque llorando porque nada habíamos comido ni bebido en todoel día. Pensamos que –por lo menos– podríamos acostarnos y dormir un poco,pero las cinco fuimos empujadas a un solo camastro, con una sola manta paracompartir. A las dos de la mañana pudimos finalmente acomodar nuestras cabezas, para ser despertadas a las cuatro para un pase de lista fuera de la barraca. Sin habernos dado aún comida, fuimos enviadas directamente al trabajo. Todo el tiempo podíamos sentir el olor a carne quemada, pero todavía no sabíamos qué era, así como tampoco acerca de nuestros parientes y amigos. Cuando le preguntamos a un oficial alemán si comeríamos, nos dijo que la única carne disponible era la de nuestros padres.Esto fue una conmoción enorme para mí. Destrozó totalmente mi corazón. Apartir de ese momento comprendí que esa gente estaba ahí para terminar connuestras vidas y la de nuestra gente. Fue en ese momento que me dije a mímisma: “Sarah, no permitas que te destruyan. Tienes que luchar y permanecerviva para contarle al mundo lo que has visto”.Y así fue. Hice todo lo humanamente posible por sobrevivir, desde robar algode la cocina hasta cantar para los oficiales por una ración extra de pan... ¡Lascosas que he hecho por subsistir!Sobrevivir era vital para contarle al mundo lo que esa gente era capaz dehacer. Recibí mi fortaleza de mi fuerte fe en D’s. Muchas veces estuve cerca dela muerte, pero pude salvar mi vida.Una mujer húngara, con dos hijas, tenía un trozo de cera que derretían cadanoche de Shabat, y entonces todas las chicas rezaban junto con ellas: “D’s, porfavor, permítenos ver otro Shabat con nuestras familias”. Prendíamos la veladentro del bloque. Ese era justamente el símbolo del Shabat y la única cosa propia que teníamos y que a todas nos hacía llorar. Supimos cuándo fue RoshHashaná, y cuando llegó Iom Kipur ayunamos. No teníamos mucho para comer, pero a pesar de ello, ayunamos. No rezamos, nada hicimos.Teníamos que dormir de ocho a diez en un camastro. Las chicas se peleabanpor la manta; algunas cortaban pequeños trozos para hacerse ropa interior. Entre nosotras había robos; había dos chicas que habían llegado antes y eran muy experimentadas. No nos tenían lástima y casi nunca nos daban un consejo, una ayuda o una muestra de compasión. La gente que no podía trabajar era enviada a la zona de los enfermos, y nadie los volvía a ver. ¡Parecer sana era fundamental! Recuerdo que una vez tenía un dolor horrible en la pierna, y una chica de la que me había hecho amiga, una enfermera belga, me dio una inyección para aliviarme. Desgraciadamente, la aguja estaba infectada y se me hizo un enorme absceso. Tuve la suerte de que el alemán se dio cuenta de que no estaba en el Appel y vino a preguntarme qué me pasaba. Le conté que me había raspado la pierna con un clavo oxidado en la cocina, así que me mandó a ver al médico para recibir el cuidado adecuado.Un día vi que mi hermano lloraba de hambre. Me dijo que se moriría allí yque nada para comer tenía. Lo consolé, le dije que me haría cargo de él y letraje una manta porque estaba helado. Traté de “organizar” algo para mi hermano. Un alemán me pescó y me hizo permanecer parada en la entrada, sosteniendo cuatro ladrillos con las manos sobre la cabeza. Pensé que me desmayaría, pero pude mantenerme. Afortunadamente pasó otro oficial y me preguntó: “¿Qué está haciendo aquí?”. Le contesté: “No sé qué estoy haciendoaquí”, y me respondió: “¡Raus, raus, váyase a su bloque!”. Fue milagroso quehubiera podido volver viva; nadie lo podía creer. Más adelante escuché que mihermano trabajaba en una mina y había comido un trozo de carbón, que lohabía envenenado.Recuerdo que un día me llevaron a un lugar donde se había producido unbombardeo y teníamos que limpiar todas las cosas que habían quedado desordenadas. Era un día de noviembre, estaba oscuro y con niebla. No sé a cuántos kilómetros quedaba este lugar de Auschwitz, quizá cinco. Nadie podía tomar una herramienta en sus manos porque nada se veía a causa de la niebla. Vimos un establo con caballos cerca y le dije a mi amiga: “Vamos allá, al menos estará caliente, y los alemanes no podrán vernos por la niebla”.Cuatro de nosotras entramos y vimos a un pequeño niño alemán, con dos cabras. La madre nos vio desde una ventana y nos mandó pan, papas y salame. Recuerdo que el niño nos dijo: “Mi madre les envía esto, a nadie le cuenten que se los dimos”. Comimos y luego nos tiramos de espaldas sobre nuestras chaquetas. Esa fue la única vez que pensé en escapar, pero nos dimos cuenta de que cuando hicieran el conteo y se dieran cuenta de que faltábamos, nos perseguirían con los perros y, finalmente, nos encontrarían. Pero nunca olvidaré ese gesto.El nuestro fue uno de los últimos trenes que arribó a Auschwitz; al poco tiempode nuestro arribo, el crematorio dejó de funcionar. Tenía tanto miedo de quepudieran enviarme allí, porque cada día perdía más y más peso, que para parecer más sana y fuerte frotaba raíces de remolacha en mis mejillas. En Auschwitz, luego de una de esas selecciones, fuimos enviadas al Lager VII, que era un campo pequeño. En el tren nos dieron mantas porque estaba helando. Cuando las agarramos nos dimos cuenta de que estaban llenas de piojos y pulgas. Cuando llegamos fuimos directamente a la desinfección.El Lager VII sólo alojaba a unos doscientos prisioneros, y en lugar del crematorio había una fosa común. El comandante era muy bueno. Afortunadamente me enviaron a trabajar a la cocina para limpiar ollas. Tenía suficiente comida para mí y para llevarle a mis amigas y a mi prima. Fue la primera vez que empecé a sentirme un ser humano, con la esperanza de sobrevivir. Ya no tenía que llevar ladrillos de un lugar a otro, o remover los escombros producidos por los bombardeos, o despejar las vías del tren durante todo el día. ¡Los prisioneros eran la mano de obra más barata! El trabajo no era insoportable, pero sí lo eran las condiciones y el tratamiento que recibíamos en los campos.Un día vi que estaban trasladando en un carro a cinco chicas rodeslíes, prácticamente moribundas. Durante un corto tiempo me las arreglé para robar bastante comida de la cocina para ellas, y paulatinamente se fueron recuperando.Un día era una papa, otro día una remolacha. Una vez, cuando salía de la cocina, escondí un trozo de carne debajo de mis pantalones y un SS me preguntó: “¿Adónde va?”. Le contesté: “Voy al baño”. El dijo: “Bueno, vaya rápido”. Si hubieran encontrado el trozo de carne, podrían haberme matado. Hoy, la mayoría de esas chicas están vivas y bien.A medida que nos acercábamos al final de la guerra nos enviaron a los LagerXII y V, y la organización del campo empezó a deteriorarse. Una noche, unachica joven vio a su madre detrás de la alambrada de púas y corrió para hablarcon ella. Estaban tan emocionadas que no escucharon el silbato para el Appel.Los alemanes fueron insensibles y ordenaron que fueran electrocutadas en laalambrada de púas.Recuerdo que, en el último de los campos, vivíamos con la incertidumbre desaber qué harían con nosotros. Una noche, los alemanes nos dijeron que estaban llegando los norteamericanos y que le prenderían fuego a todo el campo. Esperábamos ansiosamente, sabiendo que no podríamos escapar de esa situación.A la mañana siguiente escuchamos las órdenes de los SS para que nos apuráramos y saliéramos a los caminos. Durante tres días y tres noches nos llevaron caminando. Los aviones aliados volaban sobre nosotros, pero no nos bombardeaban porque podían ver nuestros uniformes de prisioneros.Finalmente llegamos a Dachau. Aunque no había más selecciones, la gentecontinuaba muriéndose de hambre, enfermedad y fatiga. Una mañana, nos levantamos y el silencio era sepulcral. Salimos y vimos la llegada de los norteamericanos.¡Era la liberación! Trajeron consigo una enorme cantidad de pan.Desafortunadamente los hambrientos prisioneros atacaron la comida como moscas; muchos comieron tanto que realmente explotaron. Eso para mí fue lo peor.Luego de todo ese sufrimiento, la pesadilla no había acabado: la gente seguíamuriéndose de enfermedades como el cólera y el tifus.Luego de la llegada de los norteamericanos hice todo lo que estuvo a mi alcance para salir lo más rápido posible. Nos habían dicho que los italianos serían los últimos en ser repatriados, y no podía esperar más. Me las arreglé para salir con el grupo de prisioneros belgas. Cuando se dieron cuenta de que nunca había estado en Bélgica, me enviaron a París, a un campo especial para sobrevivientes.Luego les envié un cable a mis hermanos en el Congo, y me reuní con familiares que habían emigrado desde Rodas, quienes me recibieron en sus casas. La vida había comenzado a sonreírme nuevamente. Luego de ocho meses, durante los cuales fui bien cuidada, me reuní con mis hermanos. Este encuentro fue muy especial y emotivo. Cuando el avión aterrizó, estaba tan entusiasmada y sorprendida de que mi sueño se hiciera realidad que a duras penas pude bajar.Hay algunas pesadillas que me persiguen y continuarán persiguiéndome porel resto de mi vida. ¡Estas cicatrices son para siempre! Sin embargo, hay sobrevivientes que han llegado a apreciar mucho la vida. Lo que viví en el Congo, luego del Holocausto, con familiares y amigos que me mimaban, fue como haber nacido de nuevo. ¡Fue como haber ido del Infierno al Paraíso!Me he preguntado sobre el significado del sufrimiento, si servía para algo.Nunca he mirado para atrás. Siempre quise ir hacia adelante. Sin embargo, nome avergüenza decir que no puedo estar con alemanes. Simplemente, no puedo borrar todo lo que me sucedió y a mi gente.


FUENTE: www.fmh.org.ar/revista/27/Nuestra%20Memoria%2027.pdf

2 comentarios:

ANEXO dijo...

muy bien, es muy importante los testimonios y hay muchos de los judíos de esa región...
pero por favor, agreguen, la revista o el portal de dónde lo extrageron.
Saludos, Tammy

TALLER SHOÁ 2008 dijo...

extrajeron, perdón.